Monday, October 31, 2016

Calle 8, un símbolo del destierro cubano

Por Pedro Corzo
Es más que evidente que la Calle 8 trasciende para muchos de nosotros su identificación numérica o definición de camino entre dos filas de construcciones. Calle 8, cuando se contempla en el tiempo y espacio histórico del destierro cubano es un símbolo, una historia con atributos de leyenda que el pueblo de la isla lejos de su entorno natural ha cultivado con dedicación y esmero, con sudores y lágrimas, pero también con sueños y desencantos.

Antes de andar y desandar esa calle geográficamente extranjera pero que en humanidad y cultura es cubana, es preciso visitar el gran mundo de la Calle 8, Miami, que es una especie de Meca para los que perdieron el aliento y las esperanzas y quieren moldear su vida con sus propias manos.


Miami, es la primera frontera para la mayoría de los que de una forma u otra repudiaron el régimen castrista. Desde 1959 la ciudad se convirtió en una especie de santuario para luchar contra la dictadura o como punto de partida para iniciar una nueva vida. A poco los nuevos ciudadanos provocaron en la ciudad del río una seria transformación, un cambio radical que fue más allá de sus dimensiones como urbe o como centro de producción y servicios.

Pudiéramos afirmar que si el cuerpo, la estructura de la ciudad cambió, su psiquis sufrió igual modificación porque los nuevos habitantes aportaron ideas, conductas y hábitos que fueron conformando una sociedad diferente que a su vez engendraba otros cambios por el acceso siempre renovado de desterrados e inmigrantes de todo un continente. Miami de centro turístico de carácter nacional se transformó en foco de atracción permanente para peregrinos, exiliados y viajeros de cualquier parte del mundo y particularmente de América.


Miami se hizo puente y encrucijada. Puerta nueva para el comercio y las finanzas y para muchos una especie de capital de las América; pero para todos, el acceso primero y principal en el que dos culturas diferentes empezaban a conocerse. La villa se hizo tierra de Las América, diferente a cualquier otra metrópoli de esta nación que atrae a inmigrantes porque su cosmopolitismo posee una raíz específica, un peso propio que a pesar de la diversidad de sus renovados habitantes no ha perdido.

Retornemos a la Calle 8 con su simbolismo y realidades. Desayunar en el Versalles, almorzar en un virtual Centro Vasco y cenar en un resucitado Málaga. Caminar desde el dowtown hasta la Universidad Internacional de la Florida. Imaginemos los años transcurridos, los sueños acabados, los rostros envejecidos y las despedidas eternas en el Woodland o en el Graceland Memorial.

Pero también hay que pensar en las alegrías, en los sueños cumplidos, en las amistades forjadas y en los amores de ensueños. En los planes de lucha, en las ilusiones del poder nunca conquistado, en traiciones, en las amistades perdidas, en reuniones y marchas, en concentraciones, en lutos y carnavales, todo eso  es  Calle 8.

Ediciones Universal y el teatro Tower, el monumento a la memoria de los combatientes de Playa Girón, y estemos un rato en el Parque del Dominó, pasando por la Farmacia Santa Clara.

Para algunos la Calle 8 es emblema de lo más conservador y extremista del pensar y quehacer político cubano, es predio de locura y reacción, de entreguismo a mensajes y promesas ajenas a la raíz de la nación cubana y de ahí que los resultados o frutos históricos que derivan de la Calle  sean a veces temas de agrios debates. 


Para otros, sin negar los errores y desaciertos que pueda albergar el oficio de haber laborado en esa arteria su significado es casi metafísico porque es una vía repleta de sentimientos, de amores a una tierra que no pueden abandonar las generaciones que ya se han marchado ni expatriar las que están llegando; un lugar donde no habría espacio ni para respirar si las ilusiones y desencantos pudieran materializarse.

Pero para todos, cuando llega el momento de la meditación, de la reflexión descansada y el apasionado yo se duerme; la Calle 8 es sin duda alguna un reducto de la nación cubana. Punto mágico de la cubanía transterritorializada donde la política, los dictados coyunturales sobre estrategias y tácticas y las opiniones sobre las personalidades que en un momento determinado han simbolizado tesis o actitudes pierden todo su valor y solamente nos concretamos en el deseo y la voluntad de ellos y la nuestra por regresar a la raíz, por enterrar la nostalgia por lo perdido porque ya lo habríamos encontrado.

Esa Calle 8 está indisolublemente ligada a la nación cubana. Más allá de su grandeza o deterioro físico es elemento importante de nuestra historia reciente y parte de nuestro futuro como nación. Esa vía es la estampa histórica de los cubanos en Miami, y esta ciudad al igual que Hialeah es expresión concreta de una tribu que se niega a perder su raíz, su originalidad y orgullo como pueblo.

Miami es para algunas personas una especie de ghetto y pueden hasta llegar a aplicarles el calificativo en el tono más despectivo posible sin percatarse que el término es el rechazo consciente de una minoría a perder su identidad e integrarse a una sociedad que le absorbería por completo.

Si Miami es un ghetto cubano, la calle 8 es su reducto más importante porque más allá de la política y la ideología, el sentido de cubanía ha permeado la arena y el cemento que la forman al punto que si algún día lo cubano y el cubano desaparecieran de esa calle la herencia que ellos labraron permanecería en ella. 


Wednesday, October 19, 2016

La bandera cubana ya tiene acta de nacimiento (y es un anuncio ofreciendo clases de español)

Poema de Teurbe Tolon
Por Enrique Del Risco

Lo inexacto de la ubicación del nacimiento del símbolo más reconocible de la nación cubana puede resultar frustrante, sobre todo si ocurre que vives no lejos de allí. No es fetichismo histórico. Toda ciudad, a pesar de su impresión caótica termina individualizando cada rincón, atribuyéndole una personalidad y frente a esto la mera aproximación es flaco consuelo. No se trata de ubicar un punto en el desierto o en la estepa donde tal combate tuvo lugar. Se trata de determinar un sitio concreto entre las muchas posibilidades de interacción que una ciudad ofrece. Sobre todo en una ciudad como Nueva York donde el tiempo y la historia se va a acumulando a mayor velocidad que en otros sitios. No resulta irrelevante determinar –me decía al emprender la investigación-  cuál de los rincones de Nueva York vio combinar por primera vez esos colores y diseño que animan lo mismo una tienda de tabacos en La Haya que un puesto de croquetas en Miami.  
Sin embargo el margen de posibilidades de dar con el sitio exacto donde Miguel Teurbe Tolón pasó la bandera en limpio era bastante desalentador. En Cuba su nombre había aparecido en diversas publicaciones periódicas de su Matanzas natal y de La Habana además de estrenar un par de obras teatrales. En sus años neoyorquinos comenzó como jefe de redacción del periódico separatista y anexionista La Verdad y más tarde fundó y dirigió publicaciones como El Cubano, El Papagayo y El Cometa” y “tuvo a su cargo la sección hispanoamericana del Herald, de Nueva York”. 
Directorio de Nueva York de 1850
Sin embargo en los días en que diseñó la bandera Teurbe Tolón, en su condición de recién llegado, con esa invisibilidad de los inmigrantes recientes, tuvo escasas posibilidades de dejar huellas en la memoria escrita de la ciudad. Esa memoria que se registra en directorios, censos o archivos de transacciones comerciales. Y en efecto ni en el directorio de 1849 ni en el censo de 1850 aparece el nombre del poeta.
Directorio de Nueva York de 1850
Teurbe Tolón residía en Nueva York desde 1848, ciudad a la que había tenido que huir de la persecución española. Tras ser parte de la abortada conspiración encabezada por el general Narciso López en la isla había sido condenado a la pena de muerte en rebeldía. 
Cabecera del periódico La Verdad diseñada por Miguel Teurbe Tolón. Nótese el parecido del diseño con el cuartel superior del escudo cubano
Siendo editor de “La Verdad” creó para la cabecera de dicho periódico un diseño que recuerda el cuartel superior del actual escudo cubano. De acuerdo con Cirilo Villaverde fue el propio Miguel Teurbe Tolon el encargado del diseño en el propio año de 1849 de lo que luego de varias modificaciones se convirtiera en el escudo nacional cubano y que entonces se usó “a modo de escudo de armas para sellar los despachos y bonos que debía emitir”.
Escudo diseñado por Miguel Teurbe Tolón. Nótese todos los detalles asociados a la heráldica norteamericaba incluida la propia bandera y la repetición del motivo del las 13 estrellas del pabellón original

En relación a la presencia de Teurbe Tolón en Nueva York en aquellos primeros tiempos sí hay incidente que aparece registrado en varios periódicos de la época. Se trata de su detención por la policía en mayo de 1850. Casi un año después de que Teurbe Tolón trasplantara al papel la bandera imaginada por López encabezó una manifestación en la zona baja de la ciudad en apoyo a la expedición de Narciso López a Cárdenas. 
Noticia sobre detención de Teurbe Tolón

El periódico The Sun –cercano colaborador de los planes expedicionarios- había dado la noticia y un grupo de exiliados cubanos se habían lanzado a la calle bandera en mano para celebrar el acontecimiento del que todavía no se conocía su desenlace. Ante la protesta del cónsul español en la ciudad Teurbe Tolón fue detenido por la policía, y su nombre apareció en los periódicos pero no el lugar de su residencia. Tuve la esperanza de que en los archivos municipales de Nueva York apareciera algún documento asociado a su detención pero la búsqueda no arrojó resultados positivos. En cualquier caso –traté de consolarme- tales documentos hubieran reportado dónde residía el poeta en mayo de 1850 y no once meses antes, cuando definió el diseño de la bandera.
¿Y si en lugar de rastrear sus huellas en los tortuosos archivos municipales buscaba en el periódico donde había fungido como editor durante años? No es que esperara que un editor incluyera en el periódico que edita su dirección  personal. Pero quizás navegara con suerte y encontrara en “La Verdad” alguna pista que pudiese llevarme a la verdad y de paso dar con uno de los juegos de palabras más infelices en la historia del idioma. Pues tuve suerte: “La Verdad” entrecomillada y mayúscula traía consigo la otra. En la última página del número del 18 de mayo de 1849 aparecía un anuncio que se invitaba a tomar clases particulares de español en el número 47 de la calle Warren justamente con el señor M. T. Tolon. Tan modesto anuncio con el que el inminente diseñador de la bandera pensaba complementar el salario que recibía como editor de "La Verdad" puede servirnos indirectamente como acta de nacimiento: al menos menciona a quien atendiera el parto y el lugar de nacimiento. El resto lo describía en detalle el autor de "Cecilia Valdés".  

Reccorte de anuncio del periódico La Verdad del 18 de mayo de 1849, unas semanas antes de la creación de la bandera
En el propio número del 18 de mayo aparece un poema firmado por Miguel T. Tolón que no era otro que quien dibujara la bandera. La existencia de una dirección oficial para el periódico en el 102 de Nassau Street  hace pensar que 47 Warren St. No podía ser otra que la dirección particular de Tolón en aquellos días y que allí, coincidiendo con el relato que hiciera Cirilo Villaverde en 1873 tuvo lugar la reunión donde se acordó el diseño de la futura insignia nacional.
Antes del descubrimiento de este anuncio me inclinaba por creer que era la dirección apuntada por el libro de notas de Villaverde (Murray entre Broadway y Church) la correcta partiendo del principio de que las anotaciones más cercanas en el tiempo a los hechos ofrecen menos espacio al error. No obstante que 24 años más tarde Cirilo Villaverde decidiera dar su versión pública y definitiva teniendo todavía en su posesión dicho libro de notas* (“El diario de tres años consecutivos, este sí siempre lo llevo a mi lado” dice en una carta del 25 de mayo de 1891) hace pensar que en 1873 tenía motivos para no ajustarse a sus apuntes de dos décadas antes. De manera que al cotejarse el relato de Villaverde de 1873 con el anuncio que insertó Tolón en mayo de 1849 ofreciendo clases de idioma se puede afirmar con razonable seguridad que fue en la dirección de 47 Warren Street el lugar de residencia de Miguel Teurbe Tolón y su esposa en junio de 1849 y por tanto donde se celebró la reunión en la que encontró forma y concreción la actual bandera cubana.
Mapa de 1850-1854 que incluye la calle Warren con sus números correspondientes
Cotejado con mapas de la época se comprueba que todavía se conserva la numeración original de 47 Warren St. donde debió estar la casa de huéspedes que alojó a mediados de 1849, en aquellos días a nombre de un tal John McLaren. Lamentablemente, como ocurre con la inmensa mayoría de las edificaciones de la zona, el edificio original ya no existe. 

Captura de mapa interactivo que permite superponer mapa de 1836 a una vista actual de Nueva York centrado en la calle Warren entre Church y Chapel
Apenas cinco años después de la creación de la bandera de acuerdo con un informe de 2002 de la “Tribeca South Historic District” se erigió en lugar de este un edificio de”Italianate-style” que “was constructed c.1854 as one in a pair of similar buildings including the adjacent  45 Murray Street, at a time when the residential streets to the west and north of City Hall Park were being rapidly redeveloped with new commercial buildings for the dry goods trade”. (En otros sitios aparece como 1910 la fecha del edificio pero el reporte de la “Tribeca South Historic District” aporta mucha más información). Es una suerte sin embargo que -a diferencia de otros sitios del downtown neoyorquino en los que con la erección de rascacielos descomunales quedó barrido todo rastro de la planta original de las antiguas edificaciones- este conserve  dimensiones, frente y planta no del todo distintos al de la edificación original. El edificio que abarca la numeración 45-47 Warren St. Hoy se encuentra en reformas para ser reconvertido en edificio de apartamentos aunque sin alterar la fachada de la edificación construida en 1854, en perfecta ignorancia de que hace 167 años allí mismo se gestaron los símbolos de un país.Ni más ni menos que la misma ignorancia que sobre el tema siempre ha demostrado dicho país.

Vista actual de la entrada de 47 Warren Street


Foto del edificio en los años 70s. La entrada de 47 Warren St. es la que se ve en la esquina inferior derecha.

Pero por fin ¿dónde se creó la bandera cubana?

Esquina de Howard Street con Broadway 
Por Enrique Del Risco

Fue en Nueva York, eso se sabe. Y que el creador fue el general venezolano Narciso López quien en junio de 1849 luego de desechar anteriores versiones de bandera se apareció en la casa de huéspedes donde residía el poeta Miguel Teurbe Tolón para pedirle a este que este pasara al papel la idea que venía burbujeando en su mente. Se sabe que el general venezolano vivía en aquel entonces en 39 Howard esquina a Broadway. 
Se sabe que Teurbe Tolón fue dibujando la descripción del general López mientras este rechazaba una tras otra las sugerencias de otros exiliados presentes sobre la distribución de los colores o la colocación de un ojo masónico en el lugar que había destinado para la estrella. Se sabe de las tres franjas azules que simbolizaban los departamentos en que estaba dividida la isla en aquellos días y el triángulo rojo equilátero “que simboliza la grandeza del poder que asiste al Gran Arquitecto del Universo y cuyos lados iguales aluden a la divisa masónica de libertad, igualdad, fraternidad y a la división tripartita del poder democrático“, “semejando [la inclusión del triángulo] el mandil de los maestros masones”.
Todo eso se hizo más o menos público desde mayo de 1873 gracias al relato que hiciera uno de los testigos de ese acto inaugural para la nación, el escritor Cirilo Villaverde, cuando en 1849 estaba acabado de llegar a la ciudad luego de escapar de una cárcel en La Habana. El relato de la creación de la bandera lo escribió en forma de carta que apareció publicada el 15 de febrero en el periódico de exiliados cubanos en Nueva York “La Revolución de Cuba.


El motivo de la carta era rectificar un artículo anterior publicado en el propio periódico en el que le atribuía a Gaspar Cisneros Betancourt el diseño de la bandera. Y es que la bandera que encabezara varias expediciones frustradas a la isla hacía más de dos décadas en 1873 era ya el símbolo de una insurrección que llevaba un lustro en marcha, la cifra de una nación que pugnaba por nacer a tiro limpio.
En la descripción de Villaverde se mencionaba la calle en que estaba la casa de huéspedes en la que vivían los Teurbe Tolón pero no se decía el número de la casa, esa delicadeza urbana que es la precisión de no tocar la puerta equivocada. Villaverde contaba cómo asistió junto a otros a la creación de la bandera “en torno de una mesa cuadrilonga, en la sala del fondo del segundo piso de una casa de huéspedes de la calle de Warren, cerca del río Norte, entre la calle Church y Collene Place, en los primeros días del mes de junio de 1849” y que allí “vivía Tolón y allí concurríamos casi todos los desterrados de entonces”.

Saber al menos la calle en una urbe que crecía en todas direcciones, no es poca cosa, dirían muchos. Eso al menos se pensó durante casi ochenta años hasta que en 1952 el historiador Herminio Portell Vilá, el biógrafo más acucioso del creador de la bandera publicó el segundo tomo de “Narciso López y su época”. Allí daba cuenta de un hallazgo que complicaba todavía más las cosas. Donde antes teníamos una calle a la que atribuir el nacimiento de la enseña nacional ahora aparecían dos de las cuales por fuerza una tenía que ser falsa. Portell Vilá había comprado a la familia de Villaverde el diario de notas que el escritor llevaba en los días en que era secretario de Narciso López. Y en unas notas del diario que intentaban sintetizar la biografía del general Narciso López se confirmaba su descripción de 1873 en casi todos los detalles. ¿En todos? No. En lugar de ubicar la casa de huéspedes en que se alojaba Teurbe Tolón en junio de 1849 en la calle Warren lo hacía en Murray entre Broadway y Church Street aunque igualmente sin aclarar en qué número exacto. 
En todo caso tampoco era demasiado el margen de error, se consolaría alguno: ambas calles se encontraban a unos cincuenta metros una de otra y a su vez bastante cerca de la alcaldía de la ciudad y del futuro punto de partida del puente de Brooklyn. Excéntrica de la nación que intentaba representar la bandera al menos tenía como lugar de nacimiento el corazón de la ciudad que luego se autoproclamaría como capital del mundo.
La calle Murray en un grabado del siglo XIX


Desde entonces todos los historiadores que se acercaban al tema (Enrique Gay Calbó, Avelino Couceiro Rodríguez entre otros) debían advertir que su certeza sobre el sitio en que la futura nación se hizo tela lejos de hacerse más precisa se había dividido en dos.

[Continuará]

Sunday, October 16, 2016

"Tras los pasos del escritor cubano Cirilo Villaverde en Nueva York"

Por Enrique Del Risco

El viernes pasado El Nuevo Herald de Miami publicó una versión abreviada de los dos posts que anteriormente habían aparecido en este blog sobre los más de cuarenta años que Cirilo Villaverde vivió en Nueva York. Dicha versión apareció bajo el título de Tras los pasos del escritor cubano Cirilo Villaverde en Nueva York.

Post data:
Sobre una de las personalidades que se mencionan en dicho artículo, el santiaguero Andrés Cassard, “fundador de los altos cuerpos del Rito Escocés de la masonería regular cubana” al decir del historiador Eduardo Torres -Cuevas y fundador de la imprenta "El Espejo" -donde aparecería publicada "Cecilia Valdés"- vale ahondar un poco. En el libro de 1875 "Cincuenta años de la vida de Andrés Cassard" se le describe como enemigo del gobierno colonial español en Cuba y fugitivo de este: 


Wednesday, October 12, 2016

Rumba en el Parque Central

Por Aristides Falcón Paradí

De la prehistoria de la actual rumba en el Parque Central, sin duda, cuando Chano Pozo llegó a Nueva York rumbeó entrando por Lenox al límite norte del perfecto rectángulo que es el Parque, entre el lapso continuado de la tibia primavera hasta el último y tolerable fresco otoñal de 1947 y 1948. Solo guarachó en esos dos intervalos, medio año y medio vivió en la ciudad antes de morir, bueno si sus giras con Dizzy se lo permitían. Ya era muy famoso.
Rumba en Central Park en 1961. 

La rumba actual, ese templo polirítmico de constancia ancestral, se da cita todos los domingos si el señor Fahrenheit en las estaciones propicias deja subir la temperatura desde los 60 hasta cualquier calor que supere al trópico y las inclemencias del tiempo lo consientan. Sado, mi amigo japonés rumbero (también batalero) y chez de sushi, sin intención de ofender me dijo que los cubanos eran como unas cigarras periódicas, dijo bichos, que saben cuando salir al unísono de sus madrigueras en busca de un nuevo ciclo rumbero a tono con el ritmo de la vida. Los tambores no congenian con el frío menos la plebe aristocrática, múltiple de todos los estratos sociales, que los acompaña y no desmerece que cualquiera goce.

Rincón del Central Park donde los domingos de cada verano se reúnen los rumberos en Nueva York
La rumba sucede, su happening, en la parte sur del borde del lago, en inglés su nombre propio es The Lake que mejor nombre que lo identifique. No es cualquier lago, de verdad, ese lugar es un paraíso terrenal a pesar de que le hayan cortado dos inmensos sauce llorón que le escoltaban que cobijaba que daba sombra a los amantes.
La gente va llegando al baile, a la rumba, desde las 4 de la tarde, y va calentando los motores con macitas de puerco, arroz moro, enchilado de camarones, tamalitos que pican, ron y cerveza fría (en mejores tiempos recuerdo podías ordenar tostones que freían in situ), el alcohol es prohibido en los lugares públicos de la ciudad pero allí no se prohíbe nada como si tuviera una licencia de excepción, y sigue la rumba hasta las 10 de la noche que debe terminar oficialmente el jolgorio. Pero ni las ordenanzas del capitán Lee han podido con el peregrinaje e ímpetu de persistir de esos cofrades. Son ellos y ellas, el vivo ejemplo del crisol neoyorquino, hay de todos los colores y géneros, aunque mayoritariamente cubano y puertorriqueño.
Rumba en el Central Park, NYC (1974). De izquierda a derecha: Akinshélé (Scott Dowling), Howard Levy, Tony Archer y Mark Sanders. Foto: Mark Sanders.

Todos los caminos del Parque llegan a la rumba, pasan por ella. Su música contagia, se escucha. El ritmo atrae. Mejor para llegar sin tropiezos por sus tantas guardarayas se debe tomar la calle real de la 72, la mejor calle que atraviesa el parque de este a oeste, quien ha vivido en Nueva York sabe que es esta, si bien su nombre oficial es de Terrace Drive. Nadie la menciona con ese nombre. Así que si entras por el este de la calle 72 y Quinta avenida camino al oeste por la misma 72 darás al subir la loma por la derecha con la majestuosa fuente Bethesda coronada por su ángel, bajando las escaleras y bordeando el lago hacia el oeste invade el ritmo de la clave y los tambores. Por el oeste del la 72 y Central Park West se debe atravesar Strawberry Fields, nunca he visto fresas, pero sí al pasar queda patente el recuerdo para siempre a John Lennon. La música que nunca se pudo escuchar libremente en Cuba. Camino al este y cruzando la calle interior que corre de norte a sur y un tanto más a tu derecha un falcón indica el camino a la izquierda hacia la colina de los cerezos Yoshino (Cherry Hill) y su pequeña fuente, se sigue hasta llegar al agua dulce del lago que Yemaya le dio de regalo a Oshn﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ Osh  del lago. ando sus giras con Dixie se lo permit'ún donde se aman cisnes y humanos por sus alrededores a la vez. Aquí, feliz llegamos a la rumba.
Foto: Geandy Pavón

Prevalece la mitología sobre la historia. Hay quien cuenta que por los finales de lo sesenta se tocó cerca de Bethesda Fountain. El cuento va y viene hasta que todos coinciden de que el actual lugar será para siempre y recuerdan que está allí desde los inicios de los setenta. Nunca le han dado a la rumba que ya hace historia una tarja de reconocimiento, tampoco la persiguen más bien preferirían que los ignoren que los dejen tranquilos, por la perseverancia de ese sentir que insiste y persiste en ese lugar definitivo. Sí tiene una millonada de pequeños videos en YouTube, nadie les ha pagado ningún derecho, y fotos de ocasión, pocos artículos de periódico, menos de scholar (poco interesa ese género para esos sesudos) y muy reciente tiene un largometraje. Por esa historia de media rueda, han pasado todos los famosos rumberos y los que sin ánimo de trascender han sido los más fieles. Han muerto muchos, y se les recuerda, nombrar todos sería imposible pero siguen otros la tradición. Mencionar uno por el todo, sería justo pensar en Manuel “El Llanero” Martínez Oliveras. La rumba es, siendo; se renuevan como río interminable.

Foto: Mónica López
La rumba es intensa. Allí se va a dar lo mejor si tienes para ofrecer, no se va a aprender. Solo aprenden los niños, a ellos, los hijos de Elegúa, se le permite todo. Se debe puntualizar que hubo un antes y un después de los marielitos, llegaron hacinados por el mar como carga esclava a la inversa liberada, año 80 el de esos sincréticos cristianos, fue a turning point que no se discute que ya queda en los anales de volver a repetir con fuerza cada domingo la magia del illo tempore. De volver a revivir el barrio solariego en ese sonido, la jerga, la comida, el gesto, la vestimenta, lo que se es. Un vivir esa necesidad de la existencia que si no no se vive. Arraiga la rumba en el desarraigo. Ellos, también yo, sin la rumba no llegamos a ser feliz. ¡Oh felicidad, la rumba en el Central Park!       
Al centro, con chaqueta verde y mochila, Arístides Falcón